Friday, December 07, 2007

Cultura y educación pública: la separación histórica

Cultura y educación pública: la separación histórica

por CARLOS MONSIVÁIS



En los debates sobre cultura un tema por lo común ausente es el vínculo entre el proceso de la educación (especialmente la educación pública), y las artes, las humanidades y la divulgación de la ciencia. Todo suele concentrarse en las variantes de la difusión cultural, algo primordial desde luego, pero no se indaga a fondo en el gran espacio formativo: la educación elemental y la educación media. Al hacerlo, al volver “autónoma” a la cultura, nada más se ratifica, en el plano pedagógico, la separación histórica entre educación y cultura.

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A la idea determinista (“Son pobres porque no quieren ser otra cosa”), la consolida en la óptica del mercado libre la catástrofe educativa. En el caso de México, de ninguna manera el más dramático en América Latina, y así las estadísticas varíen según el capricho de los funcionarios, el 45% de los alumnos del ciclo elemental no lo termina, la deserción en la enseñanza primaria asciende al 70%, y en las zonas indígenas al 90% (la SEP niega las cifras que luego se cuelan). Y, en promedio, la estación terminal del estudiante mexicano es el sexto año de primaria. O, como quiere el optimismo, el primer año de secundaria.

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¿En qué momento se desvaneció la confianza liberal y revolucionaria en la enseñanza? ¿En qué se basan los gobiernos neoliberales para desentenderse al mismo tiempo de la suerte de la educación primaria y de la educación superior? ¿Cuál decidió que se salven los elegidos? Que aseguren su porvenir los que disponen de medios familiares, viajan, tienen a su alcance (los aprovechen o no) una variedad de estímulos culturales, navegan a diario por internet, y cuentan con un magnífico empleo en cualquier momento. Cada vez, la educación es el inmenso campo de frustración de las mayorías, que de allí ratifican su incapacidad para penetrar en el círculo de los elegidos o de los apoyados muy a medias.

En La exclusión de la esperanza, un sistema educativo desertor (Universidad de Guadalajara, 2004), basándose en México social 1990-1998, de la División de Estudios Económicos y Sociales del Banco Nacional de México, 1998, la investigadora Lourdes Bueno presenta datos sobre algunas consecuencias de la reducción del presupuesto dedicado a la educación:

De cada diez niños que inician la primaria:

* 22.4% desertan.

* 37.5% reprueban algún grado escolar.

* 36.9% restante terminan el ciclo en tiempo.

De cada cien alumnos que inician la primaria:

* 68 terminan secundaria.

* 12 llegan a algún grado del nivel superior.

* 2 concluyen educación superior.

(Los datos de ahora, según los organismos internacionales, son más lúgubres.)

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El neoliberalismo es también en lo fundamental un orden educativo que prodiga el fracaso en la escala académica y exige las frustraciones consiguientes. (V. Iván Illich). Entre los estudiantes de la enseñanza pública (para ya no hablar de los que abandonan sus estudios, antes llamados anatómicamente “destripados”) son ostensibles el desaliento, la desesperanza, la apatía (ese punto de encuentro entre la ignorancia y el conocimiento del fracaso en la vida), todo lo desprendido de una certidumbre: el futuro es siempre de otros. Se evaporó la mística de las oportunidades aprovechables que avasalló por décadas, aquel énfasis de los deseosos de cambiar mientras transforman la totalidad, que no otra cosa es la utopía. En reemplazo del desvanecimiento del ideal, los estudiantes y los egresados de las universidades públicas contemplan el ascenso sin interrupciones de los alumnos de las universidades privadas que, al interrumpirse casi del todo la movilidad social, se vuelven la élite certificada de los gobiernos y las finanzas, los beneficiarios directos del “fin de la historia”. El postergamiento de los egresados de las universidades públicas arrastra consigo, entre otras consecuencias, el aplazamiento institucional de las oportunidades de “los expulsados del ritmo de la nación”, que desconfían incluso del camino tradicional del oportunismo.

El panorama es devastador en la vida académica y en la vida cultural. Se vienen abajo los niveles de la industria editorial, nunca muy satisfactorios, el libro se va convirtiendo en objeto de difícil acceso o, en demasiados casos, en un objeto desconocido y, amparada en el neoliberalismo, la política cultural de los gobiernos vuelve al punto de partida de principios de siglo, cuando se creía devotamente en la incapacidad orgánica de la población en materia de cultura y se creía cumplido el deber con atender (a trechos) a una minoría.

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Mientras las fotocopias de partes de un libro son todo lo que demasiados estudiantes requieren, las bibliotecas resultan insuficientes o simplemente no existen, y lo visual, por las razones que sean, ocupa casi todo el ámbito de uso cultural del tiempo libre (internet es una revolución por sí misma, de consecuencias todavía no examinadas, aunque muchas son ciertamente positivas). Y a la política cultural la norman todavía demasiados factores tradicionales, entre ellos:

* El autoritarismo de una sociedad formada por el anti-intelectualismo y recelosa de la moral y —lo básico— de la utilidad de los artistas. Se acepte o no, la sociedad en su conjunto ve en el arte el espacio de alejamiento de lo real, admirable si se quiere pero improductivo.

* El odio de la derecha a la libertad de expresión y las tareas intelectuales.

* La banalización inmensa del idioma y de los idiomas, promovida por el culto al universo de las imágenes. Al no depender de la tecnología, así ritualmente, el uso creativo de la lengua, no se concede atención.

* La precariedad en términos relativos o absolutos de la investigación científica y tecnológica.

* La creencia de las élites en la torpeza innata de las mayorías que, “por razones constitutivas”, no son susceptibles de verdadero gusto artístico o de formación literaria e intelectual. (Eso no indica de modo alguno que a las élites les interese la cultura, sólo que primero desahucian a las clases populares, y luego se olvidan del tema.)

* La separación, según criterios escolares, entre la educación y la cultura, de tan desastrosas consecuencias porque, desde el principio, aísla a la cultura y la sitúa como una región volátil del tiempo libre. Este criterio se ha visto rectificado por la presión del desarrollo civilizatorio y de las industrias culturales, pero todavía no en forma realmente

significativa.

“Desde que me recibí sólo leo por gusto, y mi gusto es algo iletrado”



El principal centro de producción intelectual de cada país, las universidades públicas, suele ser en la mirada social y en lo tocante a (numerosos) efectos del debate, una zona lejana y con frecuencia inaudible. También, las universidades públicas cumplen entre otras funciones esenciales:

* Asumen la defensa de las libertades, y con esto atraen el odio o la enemistad activa de los gobiernos, por ejemplo la UNAM en 1968, las de Argentina durante la Guerra Sucia, las de Chile durante la dictadura de Pinochet, las de Perú en el periodo de Fujimori (añádase la intolerancia criminal de Sendero Luminoso), las de Guatemala en el periodo donde los ejércitos toman las universidades, y se secuestra y asesina a rectores y profesores, las de Honduras, las de El Salvador.

* Enfrentan, sin demasiado éxito, la concentración monopólica del empleo.

El manejo de la formación profesional tiene que ver, durante una larga etapa, y como resultado de la vida institucional, con la burocracia del Estado. Por casi un siglo el trust del empleo, del prestigio, de las oportunidades comparativamente privilegiadas, ratifica la “verdad histórica”: el estudio es un simple medio de ascenso en la práctica tradicional, y las universidades son estaciones de paso de los ambiciosos, los inteligentes, los convocados al poder. Y se concluye: en las universidades públicas o privadas, en el profesorado sólo se quedan los que no supieron irse.

Luego de cinco o diez años de estancia en las universidades, los de vocación meritocrática se dirigen al “servicio público” o el empresariado. Y se despliega la frustración de los más, de los pasantes o titulados enterados a diario de: a) el título ya no es garantía de ascenso, y b) según las clases gobernantes, el conocimiento sin adecuadas relaciones de clase es puro analfabetismo. Esto afecta por igual a las capitales y las regiones.

* Padecen la carga opresiva del concepto de la universidad de masas, que existe simplemente porque hay masas en la universidad, y que genera el prejuicio aplastante a propósito de la degradación académica y la desaparición de los antiguos (se supone que muy elevados) niveles de conocimiento. No es esto muy cierto; hoy, en términos generales, la vida académica es más informada y productiva, y no sólo por la proliferación de centros e institutos de investigación, sino porque ahora los intelectuales se concentran en la Academia. (Se extingue el intelectual público, y en todas partes se dejan ver los académicos.) Pero la leyenda pesa, y al no desmontarse el concepto universidad de masas, éste continúa operando negativamente con resultados psicológicos, políticos y culturales similares a los detentados por los términos subdesarrollo y tercermundista. A la penuria económica de la mayoría se añade la noción fatalista: la universidad de masas siempre será un lugar de tercer orden, de falta de recursos esenciales, de atraso tecnológico. Esto, mientras la licenciatura ocupa el sitio cultural y de reconocimiento antes asignado al bachillerato, y el posgrado o doctorado (el P.H.D.) es, en términos reales, el nuevo bachillerato.

“Si viene de universidad pública, lamentamos decirle que no hay empleo”

Pese al desdén presupuestal y social del gobierno, las universidades públicas siguen cumpliendo funciones indispensables:

* Habitúan, a partir de la expansión de la enseñanza media, a sectores amplios a prácticas culturales inusitadas (lectura, discusión de temas y autores, asistencia por lo menos ocasional a conciertos y recitales, obras de teatro, etcétera), lo que, entre otras cosas, y por así decirlo, y pese a su utilización más bien infrecuente, normaliza el libro en medios avasallados tradicionalmente por los odios y las reverencias del anti-intelectualismo.

* Aclimatan la pluralidad y la renovación ideológica y teórica, y son la representación nítida del Estado laico.

* Preservan y enriquecen críticamente el interés por lo nacional, en materia de debates, lecturas, ediciones críticas, tradiciones intelectuales, visiones de la historia, información múltiple sobre el desarrollo de las ciudades y el país.

* Forman, en un primer nivel, a la mayoría de los profesionistas encargados de satisfacer las necesidades de la administración pública y la sociedad.

*Representan el avance científico y cultural posible en una nación de escasos recursos. La tecnología ya se reparte entre las universidades públicas y privadas.

* Emblematizan y son efecto del espacio que el Estado le concede a la sociedad en materia de crítica, libertad de expresión, disidencia política y moral. Junto con sectores limitados de la prensa, las universidades públicas usan su autonomía para discrepar porque, salvo en los regímenes muy autoritarios, se acepta que en las zonas formativas de la nación, la crítica es indispensable. Con salvedades: la crítica aún hoy es inconcebible en las universidades dominadas férreamente por los gobiernos locales, y en un buen número de las privadas.

* Preparan a los científicos y técnicos para las zonas urgentes del desarrollo.

* Forman a las decenas de miles de profesores que demanda la explosión demográfica.

* Garantizan la continuidad del conocimiento en materia de ciencias sociales y humanismo.

* Forman, en el caso de las universidades públicas, a los jóvenes de clases populares y clases medias (que paulatinamente ya en muchos casos van siendo lo mismo) en un conocimiento más cercano y exacto del país donde, también, en una medida bastante mayor de lo que se cree, intervienen el tumulto, los debates voluntariosos e involuntarios y el lenguaje libérrimo. Esto, por supuesto, no es función deliberada, pero no es por eso menos crucial.

* Representan a los ojos de las clases populares y las clases medias, el privilegio posible, la movilidad social al alcance, y la movilidad cultural. Por muy dañado o destruido que se encuentre este sueño, sigue siendo esencial.

Monsiváis. Su más reciente libro es Las alusiones perdidas (Anagrama, 2007).